La filosofía a menudo se considera una actividad sin sentido. Especialmente en un contexto social como el presente, cuyo interés principal está representado por cuestiones económicas, la filosofía tiene aún menos espacio.
El objetivo de este artículo, sin embargo, no es escribir una defensa de la filosofía, sino mostrar su concreción, su carácter existencial porque solo de esta manera es posible comprender su importancia.
Esta concepción de la sabiduría filosófica, sin embargo, responde tanto a la “aspiración del corazón” como a la “sed de razón”, porque «Los hombres – observa Tomás Aquino – naturalmente tienen el deseo de conocer las causas de lo que ven … » (Summa contra Gentes, III, 25, 8). En este punto, la historia de la filosofía es muy clara: conduce a encontrar un hecho o detectar la presencia de una constante: el hombre es esencialmente un metafísico y no puede dejar de cuestionarse sobre la realidad que lo rodea, una realidad que exige una explicación, una razón. Esto es lo que dijo el filósofo francés Gilson:
«It is an observable character of all metaphysical doctrines that, widely divergent as they may be, they agree on the necessity of finding out the first cause of all that is. Call it Matter with Democritus, the Good with Plato, the self-thinking Thought with Aristotle, the One with Plotinus, Being with all Christian philosophers, Moral Law with Kant, the Will with Schopenhauer, or let it be the absolute Idea of Hegel, the Creative Duration of Bergson, and whatever else you may cite, in all cases the metaphysician is a man who looks behind and beyond experience for an ultimate ground of all real and possible experience» (É. Gilson, The unity of philosophical experience,Ignatius Press, San Francisco 1999, p. 247, Ignacio Press, San Francisco, 1999, p. 247).
Esta constante no solo es detectable en la historia de la filosofía, sino también en la historia de la humanidad: la acción del hombre se caracteriza por un anhelo por lo divino. Esto significa que todos los hombres son filósofos porque todos los hombres, como señala Aristóteles al comienzo de la Metafísica, quieren saber la verdad, pero obviamente no esta verdad, sino la verdad última de las cosas.
Ciertas circunstancias históricas pueden anestesiar en parte la conciencia del hombre y hacerlo incapaz de prestar atención a lo que es esencial, pero se necesita poco para despertar este deseo, el deseo de saber, como dice Agustín, la única realidad que hace feliz a la gente, la Medida Suprema (ver De vita Beata, IV, 34).
Giovanni Covino
Revisione della versione spagnola di Thomas Rego (Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago del Chile)